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Los poetas tenemos distintas paradojas que siempre terminan dibujando cauces que nunca se suele deducir la procedencia, y más cuando las penas son comunes, como los amores cada dos minutos en ciudades distintas, los eternos enamorados que buscan la inspiración cuando la ternura se acaba, cuando la soledad se sienta en la mesa del bar y nos aconseja a hacer poemarios, a escribir en paredes usando de tinta lo que nos brote y casi todas, es sangre, metáfora perfecta para señalar al dolor.
A Angelo lo conocí en Buenos Aires, vive ahí, aunque su corazón lo espere en Huancayo y por azares poéticos nos unió la poesía, los corazones rotos, las promesas que una ciudad como CABA sabía ofrecer, y como escribiera Jorge Eduardo Eielson “todo el mundo huye de mi corazón”, nos dedicamos a plasmar poemas en libros para que al menos la poesía no huya de nosotros y conservemos la calma, el modo zen para desafiar las hojas en blanco. Este, el primer, poemario de Angelo nos muestra su búsqueda y encuentro dentro de un mundo literario que va cada día en aumento, que lo espera dispuesto a recorrer los azares de los mejores escritores que ha tenido el último siglo.
Nuestra muestra poética en el Perú es una de las más importantes del mundo, por eso es heroico e importante que los escritores jóvenes asuman la tarea de amar y ser fieles a la poesía. Angelo asume ese compromiso y se lo muestra a la amada, a la musa que si bien se enorgullece del daño, no importa porque gracias a ello cosechamos poesía y renacemos. Nuestras cenizas se llaman versos.
Y así le vamos dando.
José Montero Campos